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¿Alguna vez escuchó a alguien decir: Yo tomo las cosas,
dependiendo de quien venga?
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Permítale por algunos minutos hablar al otro y descubrirá
fácilmente quien es.
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Nuestro hablar nos delata, pero no se equivoque, nuestro
silencio también.
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Hace poco también leí, que hay que ser selectivo en las
batallas, porque a veces tener paz, es mejor que tener razón.
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Y es que las palabras no se las lleva el viento na’h.
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Las palabras mal usadas, tienen la capacidad de destruir.
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Santiago a eso añadiría que la lengua siendo tan pequeña
provoca grandes fuegos.
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En ciertos escenarios complicados de la vida, no hay
mejor arma que el silencio.
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Cuando hemos conocido de Dios, el valor de la espera, de Su
justicia, no se nos hace angustioso permanecer callados, pues Dios sabe honrar
a sus hijos.
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Estad quietos y conoced que yo soy Dios, no significa no
hacer nada. Cuando conscientemente usted decide callar, usted está accionando
para que Dios intervenga por usted.
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Hay silencios elocuentes, porque no descansan en el ser
humano, sino en Dios.
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Su silencio le defiende y testifica quién es usted en
Dios.
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Por algo no falta el pecado en la mucha palabrería.
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No te impacientes por lo que se dijo injustamente o con
intención de destruir tu reputación.
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La acción cometida habla más de la persona que lo dijo,
que de quien se referían.
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Tu silencio sigue hablando y muy fuerte.
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Tu eres una persona sabía. Tu actitud muestra cuanto has
crecido y cuanto le has creído a Dios.
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En tu proceso abre tu boca, pero sólo para alabar a Dios,
porque nunca el justo será desamparado.
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